Por qué entedemos mal el punto de vista
Confesiones de una ex hater de los narradores en primera persona
He sido la hater número uno de los narradores en primera persona. Los odiaba. Durante años, me hubiera negado a escribir en primera porque, según yo misma decía, no me gustaba. Proclamaba a quien quisiera escucharme sobre la superioridad indiscutible de la tercera cercana, sus virtudes y milagros.
En resumen, estaba equivocada.
Todas y todes y todos sabemos qué es el punto de vista. Nos lo han contado en clase, en talleres, en libros sobre escribir; en twitter, en infográficas preciosísimas de Instagram, en Youtube, en TikTok, en todas partes. Nos sabemos las ventajas y desventajas. No sabemos las características y diferencias. Y lo hemos integrado tanto, tan pronto y por tantas vías que lo hemos distorsionado.
Y hoy vengo a contaros que no, el punto de vista no es una preferencia, ni es tu esencia como escritora/e, ni es tan fácil como hemos pensado.
El punto de vista es un recurso que puede cambiarnos la historia por completo, tiene que armonizar con ella. La voz de nuestro narrador influye al tono, al ritmo, al tema, al subtexto, a las imágenes, al lenguaje, a todo. Cada elemento narrativo es una pieza y no puedes encajar la que no es, la historia manda y la historia pide.
Hay que darle lo que necesita, no lo que “nos gusta”.
Ejemplo práctico uno: era noviembre de 2020 y estaba desesperadita en mi primer curso de relato. Ese año teníamos que escribir un relato a la semana, llevábamos ya siete y empezaba a quedarme sin ideas. Es decir, ya había hecho todo lo que sabía hacer. ¿Y ahora?
Para que os hagáis una idea, estaba más o menos dándome golpes con la frente contra el escritorio y tachando frases y haciendo flechas y emborronando un cuaderno con cosas sin sentido. Se me ocurrió una idea genial. Empecé a escribirla. No funcionaba. Lo intenté otra vez. No funcionaba, no funcionaba, no funcionaba.
Yo, claro, en esa época era una hater convencida de la primera persona. Me negaba a usarla porque defendía que la tercera cercana podía hacer exactamente lo mismo (no es verdad), así que estaba intentando escribir ese relato (un testimonio, casi una confesión, de un chico abducido por alienígenas con el que hacen experimentos) en tercera cercana. Y no funcionaba, ¡no había manera!
Y el día antes de entregarlo (porque la magia ocurre cuando la deadline acecha) se me ocurrió reescribir el principio en primera persona. Así: «Llevaba mucho tiempo solo cuando conocí a Murray». Y, magia, el relato salió solo.
Confusa por la potencia que tenía la voz de mi narrador y ese «yo», subí el relato al foro del curso con las inseguridades de siempre y una sensación rara. ¿Y qué me dijeron? Que qué bien la primera persona, sin duda jugaba a favor de la historia.
Hace tiempo que no releo ese relato, pero le tengo muchísimo cariño. Fue uno de los mejores que escribí durante aquel curso (¡y el siguiente!) y, aunque volviera a leerlo y no lo encontrara tan bueno, no cambiaría el cariño que le tengo. Porque me enseñó algo muy importante: esto no es sobre ti.
Da igual si no te gusta escribir en primera persona. Da igual si no te gusta escribir en tercera. Esto no es sobre ti, es sobre tu historia: lo que le hace falta y lo que necesita. Mi personaje necesitaba hablar, confesar, decir qué le había pasado. Y yo estaba intentando quitarle la voz.
Que conste, aún me resistí un poquito, después de ese relato. Seguía pensando que mi estilo era la tercera. Y ahí iba, emperrada en hacer otro relato en tercera aunque me pidiera primera, y otro, y otro. Llegó el número 12 e hice lo mismo. Y luego lo releí (dos horas antes de entregarlo, magic hour) y dije: «¿pero por qué no me gusta, si está todo bien?»
Lo reescribí en primera.
Y entonces todo hizo click.
Muchas veces se elige la posición del narrador por intuición, y eso es bonito. Tienes la voz clara. “Oyes” la historia y entiendes sus necesidades. Otras veces no, y estás dándole vueltas a un principio, a un tono que no funciona, sin saber qué es lo que no cuadra. Cuando me pasa, miro al punto de vista que estoy usando y me pregunto: ¿por qué?
Si es en primera: ¿por qué?, ¿por qué este personaje?, ¿por qué me está contando esta historia?, ¿quiere, lo necesita, le obligan?, ¿por qué ahora?, ¿a quién se la cuenta?, ¿es una confesión, un testimonio, un desahogo, un secreto que ya no puede guardarse más?, ¿cuenta toda la verdad?, ¿por qué la cuenta así?, ¿por qué empieza aquí?, ¿por qué acaba aquí?, ¿le afecta al narrador contar lo que está contando?
Si es en tercera: ¿por qué?, ¿cómo de lejos o cerca del personaje queremos estar?, ¿por qué queremos estar fuera?, ¿por qué cerca de este, y no de otros?, ¿por qué no estamos dentro?, ¿este personaje no puede contar la historia, no quiere, no sabe, y por eso tengo que hacerlo desde fuera?, ¿por qué su mirada sirve para contar mejor lo que quiero contar, y no otras?, ¿o necesito otras?, y si las necesito, ¿qué añaden y por qué?
Si es en segunda: ¿por qué?, ¿qué le pasa a este personaje?, ¿está hablando con alguien, es una falsa primera?, ¿se habla a sí mismo?, ¿se da instrucciones, órdenes?, ¿por qué necesito una voz experimental para contar esto?, ¿por qué no tendría el mismo efecto en primera o tercera?, ¿por qué esta ruptura ayuda a contar lo que tengo que contar?
Hacerse preguntas siempre es bueno. Pero en escritura, más. Y tomar una decisión consciente del punto de vista añadirá capas y capas a la historia, será más sólida y estará mejor conectada a todos los niveles narrativos con el resto de elementos. Aunque el proceso sea intuitivo y simplemente se elija al narrador porque “lo oyes”, en el fondo, una vez empiezas a cuestionarte los motivos, la decisión es informada.
Y es que el punto de vista es infinito, no son tres posiciones del narrador: primera, tercera, segunda. Ni seis: la combinación de estas formas con pasado o presente. Ni nueve, si nos ponemos experimentales y le añadimos el futuro. Ni son solo omniscientes, equiscientes, testigos, cámaras, poco fiables, etc.
Las posiciones del narrador son tantas como historias existen.
Otro ejemplo práctico: era noviembre de 2021, empecé a escribir una novela. La novela nació de un relato del mismo curso, y el relato estaba narrado en tercera, presente y con un narrador que, aunque sonaba frío como un cámara, estaba cerca de los personajes. Quería que fuera cortante y directo, sin amortiguadores.
El relato era un ejercicio de clase, claro, y un experimento. No sabía mucho de los personajes, de dónde venían, adónde iban, qué les pasaba más allá de este momento. Me interesaba que el narrador estuviera cerca de ellos, pero tampoco demasiado cerca. Prefería mantener el misterio que indagar dentro de sus cabezas.
En la novela, fue diferente. Sí, quería misterio, y sí, quería tensión, y quería que fuera cortante y directa, sin amortiguadores. Pero también quería lo íntimo. Y hablar sobre familias y monstruos. El punto de vista que usé se parece mucho al del relato: es en tercera, es en presente, a veces parece un poco cámara. Pero está muchísimo más dentro del protagonista que en el relato, y eso se nota en la página uno.
Cada historia pide y atrae los elementos que necesita. Como escritoras/es, es fácil quedarnos en lo cómodo y hacer aquello a lo que estamos acostumbrados, lo que nos sale más natural, pero, también, como escritoras/es, deberíamos pensar que lo más bonito de todo esto es experimentar y jugar y probar cosas nuevas, y puede que nos sorprendamos por el camino.
Así que nada de limitarnos, si sientes que tu relato pide una segunda persona omnisciente en futuro, ¡pruébalo! Quizás funcione, quizás no. Lo peor que puede pasarte es que tengas que reescribir, y ya lo hemos dicho muchas veces: rewriting is fun!
Si quieres contarnos que has sido siempre un hater de la tercera persona y valoras como nadie lo íntimo de un narrador en primera, puedes dejar un comentario. O hablar sobre tus narradores favoritos y tus libros favoritos, o contarnos una experiencia en la que tuvieras que cambiar de narrador al escribir. Lo que quieras.
O puedes compartir esta entrada para que se extienda la palabra y dejemos de menospreciar a los puntos de vista que no “nos gusta escribir”, o si te gusta mucho escribir en segunda persona (a mí sí) y te pone triste que tan pocas historias pidan este recurso.
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¡Y gracias por leer!