Noviembre es de mis meses favoritos. Me gusta cómo suena: noviemmmbre, aunque, quién sabe por qué, cuando tengo que escribirlo en mis journals siempre escribo November. Me gusta noviembre porque llueve (aunque no me gusta la lluvia) y la luz se vuelve bonita, por muy pronto que anochezca. Me gusta cuando se me queda la cara fría y el aire huele a invierno y a castañas y a lumbre (aunque sea en mi imaginación). Noviembre no le hace la competencia a agosto y a mayo, pero se queda satisfecho en el tercer puesto.
Este noviembre ha sido extraño (como nuestro curso, el de Summer Tea): empezó muy lento, acabó muy rápido; tuve miles de cosas que hacer y parecía que llovía todos los días sin parar, excepto cuando salía de casa (siempre sin paraguas), y adiós lluvia . He tenido la sensación de que el tiempo se me escapaba y que no hacía todo lo que quería hacer, pero según mi Bullet Journal he escrito mucho, he hecho mucho, he ido a muchos sitios y he terminado un montón de cosas.
Así que, en definitiva, no sé si noviembre y yo nos hemos terminado de entender.
También es el mes en el que los, las y les escritores nos volvemos locos haciendo eso del NaNoWriMo. Yo este año no lo he intentado hacer propiamente, porque cada vez que me planteo la idea de participar, acabo bloqueada o sin tiempo o contándome los informes de evaluación en la word count del día; pero digamos que sí que he cumplido el propósito de escribir y escribir mucho.
He estado corrigiendo cierta novelita (“novelita” con 450 páginas, sí) con pausa y con un poco de prisa, porque la quiero tener terminadísima para Navidad. No he intentado cumplir con los objetivos del NaNo, simplemente he querido avanzar, pulir, hilar y disfrutar del viaje. Porque llevo con esta historia desde 2019 (¡casi cuatro años, pero si fue ayer!) y la empecé el verano en el que explotó mi casa, así que es muy especial para mí, hemos pasado por todo: enamoramiento, frustración, pandemia, desesperación, yo llorando por la calle escuchando Taylor Swift, un verano, dos veranos, tres… Estos últimos meses estamos enamoradas otra vez, y eso es lo que cuenta.
Al final, hoy, 27 de noviembre, llevo 40k palabras corregidas, así que eso del NaNoWriMo claramente se me da mejor cuando no lo intento que cuando sí.
Y no, no me he contado los informes de evaluación, lo prometo.
En noviembre, Irene y yo (comprad sus libros!!) hemos preparado y lanzado Weird November. Sólo hemos tenido la primera clase (¡hoy es la segunda!) y ha sido estupenda y fantástica y… weird, porque el tono es el tono y no podía ser de otra manera en un curso que va sobre explorar las casas embrujadas de la literatura. Una amiga dijo que la clase fue como “estar en un corro de brujas”, así que puntos extra por ambientación.
Durante la primera clase hablamos de un montón de cosas interesantes: espacios y personajes que se reflejan (y, en este caso, se retroalimentan para mal), mujeres en espacios cerrados y muertas bellas como muñecas, o como princesas de cuento, o como vampiresas que salen de la tumba y aterrorizan a quienes las habían encerrado (por el simple hecho de salir), mecanismos para generar tensión y ambiente, suelos que crujen, ramas que arañan y esa penumbra misteriosa.
Terminó la clase y tenía mil ganas de escribir 284 relatos sobre casas decrépitas y llenas de malas energías.
Estoy segura de que cuando pasen las otras cuatro sesiones me habré vuelto loca del todo y estaré lanzándome al #VallekasGothic.
O algo.
Noviembre también fue el mes en el que me prometí y me juré y me volví a jurar que iba a empezar a leer otra vez. Pero no ha pasado. Este año no sé cuántos libros he leído en total, no he llevado la cuenta, aunque estoy bastante segura de que han sido menos de treinta.
El año pasado, en comparación, fue una brutalidad, porque me propuse leer 100 libros y lo conseguí, y además mantuve un fantástico Reading Journal en el que me anotaba mis pasajes favoritos, mis opiniones del libro y cosas que había sacado de ellos que podían servirme también para escribir.
Creo que me fue súper útil, y que mejoré mucho gracias a ello. Este año empecé con ganas de hacer lo mismo, hice una preciosísima página de apertura para el mes de enero… y fui atacada por un burnout terrible por, tal vez, haberme forzado a leer 100 libros el año anterior.
Lo bueno de esta historia es que tengo el cuaderno preparado, y siempre puedo tachar el 2022 para poner encima un 2023, porque me gustaría mucho recuperar ese hábito. Y el de leer. Pero esto ya es un propósito para el año que viene, sin forzar las cosas.
Y este noviembre lo termino con el concierto de Bastille, justo el día 30. Y tengo tantísimas ganas que podría estar escribiendo esto en mayúsculas. La semana pasada subí un relato que escribí contaminándome de evermore de Taylor Swift, por una propuesta de mi curso de relato del año pasado… pero, la verdad, es que el año anterior a ese, escribí un 80% de los relatos que entregué inspirándome en canciones de Bastille.
Y luego ellos sacaron un videoclip que era básicamente un relato mío, así que obviamente Dan Smith y yo somos almas gemelas. El último disco tiene un rollito retrofuturista vaporwave ciencia ficción que es estupendo y me encanta. Y esta canción, con coches y huidas y un sonido upbeat que me ha inspirado cuatro, o cinco, o seis ideas.
Este noviembre no he comido castañas, y tampoco he pedido café para llevar mientras paseaba y me daba el frío en la cara, ni he empezado a pensar en los regalos de Navidad.
Pero ne he comprado unas botas nuevas: son extremadamente naranjas.
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