Hace tiempo, no mucho, enganché a mi amiga Yu a leer terror.1 Nada estratosférico, un poquito de Stephen King, unos relatos de Mariana Enríquez, cosas que están bien incluso si “no te gusta el terror”, como era su caso. O al menos eso decía ella.
Hablando sobre alguno de estos libros (es posible que fuera El Resplandor, aunque ahora mismo no me acuerdo), ella se sorprendía porque le estuvieran gustando tanto. Me decía, contenta, que resulta que le gustaban porque no daban miedo, al contrario de lo que se esperaba. «Yo no creo que esto sea terror», me decía. «Yo creo que es otra cosa».
Y yo entonces me quedé pensando: vale, pero… ¿qué es el miedo?

Estamos un poco mal acostumbrados por culpa del cine, supongo. Ya lo decía Stephen King en Danse Macabre2 y eso que el libro salió hace, fácilmente, cuarenta años. Las películas han jugado con nosotros ofreciéndonos sonido, esa música que ya te indica que algo saldrá mal y que deberías agarrarte bien a la butaca, o a tu gato, o taparte la cara con un cojín. La sugestión auditiva es mucho más potente que la visual, y mucho más directa que la que conlleva leer y descodificar un libro de terror, es rápido y es eficaz, así que hemos asociado que eso es lo que da miedo.
La música del Pueblo Lavanda da miedo sin contexto. Igual que la banda sonora de El Exorcista. O esa cancioncilla que sale al principio de Pesadilla en Elm Street. En Danse Macabre, decía Stephen King que la forma más pura del terror es la radioficción porque ahí es donde nuestra imaginación hace la mayoría del trabajo. Da más miedo escuchar al monstruo que verlo. Sugerir es mucho más potente porque siempre vas a imaginarte algo peor.
Así que a lo mejor lo hemos entendido un poquito regular y hemos asociado que lo único que da miedo es eso: la música de intriga seguida de un susto que te hace dar un brinco y luego reírte un poquito porque vaya tontería, eso de asustarte.
¿Eso es el miedo?
Pensándolo más detenidamente te dices que no, porque está claro que no. Lo que da miedo, ahí, es el no saber, uno de los miedos primordiales de las personas que, en el año de nuestro señor 2023, nos creemos que ya lo sabemos todo, todo.
Hay cosas que me dan miedo a mí, como las serpientes, por ejemplo, o Santiago Abascal; de pequeña me daba mucho miedo que un meteorito chocara contra la Tierra, o que la engullera el Sol como decían en clase de Conocimiento del Medio que acabaría pasando, y que fuera a ser dentro de billones de años no hacía que me diera menos miedo.
Pero eso son todo miedos específicos, claro. Son cosas que me dan miedo a mí. Detrás de cada miedo específico, sin embargo, lo que se esconde es un miedo universal. Me dan miedo las serpientes porque al hermano mayor de un niño de mi clase, una vez, le picó una víbora en el dedo y le envenenó. Tuvieron que abrirle el brazo para sacárselo y aquel septiembre apareció en el cole con una cicatriz rosa y ancha y torcida y enorme que le llegaba casi hasta el codo. Entonces pensé algo que ya sabía, peor que no había entendido bien: que los niños se mueren, igual que todo el mundo. Que puede pasarte ya, da igual cuanto te protejan.
Y eso ya es otra cosa, eso es un miedo universal.

Entonces, volvemos a la escritura, al terror, a los libros que nos dan miedo, o no, pero algo sí que nos dan. Cuando escribimos terror lo que hacemos es un proceso de pasar de lo concreto a lo abstracto y a lo concreto otra vez. A mí me dan miedo las serpientes porque me hicieron entender que los niños también pueden morirse y entonces escribo un libro sobre el miedo a la muerte en los niños, pero para hacer que resuene tengo que volverlo concreto otra vez, buscar símbolos que representen eso que da miedo y volverlos tangibles. Me vale la serpiente (a cierta autora que no nombraremos le funcionó en el segundo libro de su saga de coles de magos), pero me valen muchas cosas más. Puedo escribir It, pensando en esto. Puedo transformar mi miedo en las serpientes en casi cualquier cosa.
Un libro no va a darte un susto, desde luego. No va a tocarte el hombro en la oscuridad mientras estás concentrado en otra cosa, ni va a arañar en tu ventana, ni goteará en el cuarto de baño. Lo que va a hacer es hechizarte un poco para recordarte que hay algunas cosas que a todos nos dan miedo (la muerte, lo desconocido, dejar de ser quienes somos), para que cuando oigas el viento chocando contra la persona te creas que te arañan la ventana, que te levantes a cerrar bien el grifo que gotea y que, bueno, a lo mejor prefieras leer con la luz encendida. Sólo un ratito. Pero no es porque de miedo. Es porque así se lee mejor, ¿no? Arropada con el edredón y recostada en la almohada y sabiendo que no hay nadie detrás.
Yu estaba en aquellas clases de Weird November que hicimos discutiendo literatura de terror, de casas encantadas, en concreto. Una de esas veces, mientras discutíamos un relato, se levantó de la silla y encendió la luz, pero seguía diciendo que la historia no le daba miedo.
Y quizás no, supongo que tiene razón, porque la gracia de un libro de terror es que no va a asustarte ahora. Pero te quedarás pensando en él y te acordarás cuando te encuentres algo que te araña en ese miedo concreto en mitad de la vida real.
Y entonces, a lo mejor, pensarás: qué libro más bueno.
Bienvenidos a la spooky season, donde todo es igual y sigo hablando de It (2017) en todos los posts, porque, si de verdad crees en ello, la spooky season puede ser para siempre. Si estás de acuerdo con esto, ¡pues suscríbete!
También puedes dejarme en comentarios tus libros, pelis y relatos de terror favoritos, porque nunca está de mal tener más. De lo que he leído este año, mi más favorito de todos ha sido Los chicos del maíz, ¿y el tuyo?
Y si quieres reflexionar sobre el terror en compañía, puedes compartir este post por ahí para hablar de cosas que dan miedo con más gente. ¿Existe un plan mejor para empezar octubre? A parte de ver Over the garden wall y Hocus Pocus, digo.
Por mi parte nada más, stay spooky!
Y al True Crime también.
Sí, ese libro que no consigo terminarme.