Igual te suena esta historia: los cursos de escritura son inútiles, nadie puede enseñarte a escribir y, cuando juntas a un grupo de escritores a comentar lo que han escrito los demás, sus enormes egos pintaran canibalizarse. Resultado: la inevitable muerte de la creatividad. Incluso se han escrito libros sobre el tema (libros muy guays).
Como siempre, cuando hablamos de escribir, todo es un poco verdad y también un poco mentira. Es verdad que no pueden enseñarte a escribir bien, pero sí se puede aprender, y es cierto que a veces se despiertan los egos y rugen, pero de eso también aprende. Y, sí, la creatividad puede sentirse a acorralada durante un tiempo, pero, a veces, acorralada es cuando mejor funciona.
Mi experiencia en los cursos de relato no fue absolutamente maravillosa, que conste. Pensé en desapuntarme muchas veces, y otras veces odiaba lo que escribía, y a veces leía las propuestas y me daba con el escritorio en la cabeza (metafóricamente (más o menos), a veces no llegaba y no escribía nada y me estresaba.
Pero, en general, aprendí y aprendí mucho. Creo que la experiencia me ha moldeado como escritora, y hoy vengo a contar qué cosas descubrí durante estos dos años y cómo me ayudaron a crecer.
Cómo llegar al final.
Mis finales eran terribles, antes (me gusta pensar que he mejorado). El problema, como ocurre mucha veces cuando estás empezando, era que que casi nunca llegaba. Pasa mucho, empiezas una novela, pierdes impulso, te bloqueas, el mundo se interpone y lo dejas. Así, practicas prosa, personaje, ritmo, diálogo, todo… ¿pero, y el final?
Durante mis primeras semanas en el curso, mis relatos iban final. Al releerlos, parece que les faltara una página, un párrafo, una conclusión, y los comentarios de mis compañeras siempre decían eso: «¿y luego?».
Y yo no lo sabía.
Pero escribir muchos, muchos, muchos relatos me enseñó a llegar hasta el final. A prestarle a atención. A sacarle brillo a la línea de meta. Darle una sensación de “descarga” (como decía mi profe) y satisfacción. Funciona con novelas, con capítulos, con todo.
Cuando cruzas la meta un par de veces, ya no intimida tanto.
Un relato es corto.
No es una novela mini y no le caben acrobacias. Un relato necesita un centro. Uno. Un tema o conflicto o personaje en torno al que gire todo lo demás. Como una canción pop: transmite un sentimiento, un instante, un momento de cambio; cada elemento tiene un propósito al llegar al final.
Si no, tal vez es un elemento externo que hay que recitar.
O tal vez estás escribiendo una novela sin saberlo.
Yo tuve este descubrimiento en la semana siete del curso, escribiendo el relato que digievolucionó en novela más o menos un año después.
Una idea no es tan importante. Y un personaje tampoco. Somos escritores y nos encanta hacernos los místicos, apegarnos a lo que escribimos y romantizar nuestras creaciones. Es normal, viven en nuestra cabeza, nadie más las conoce, las queremos, las cuidamos, pensamos que son únicas y preciosas y maravillosísimas.
Pero cuando tienes que escribir un relato a la semana, esta idea se te pasa un poco. Empiezas dedicándole muchísimo tiempo a cada detalle, haces tableros de Pinterest para cada personaje, les haces playlists, les pones una casita…. Y luego, en la décima semana, te has quedado sin ideas y sin gente y sin tiempo para pintar los detalles, así que sigues adelante y, ¡sorpresa!, funciona igual.
No, no existe la idea del millón. Si una no sale, lo hará otra. Si no es el momento de cosecharla, tal vez vendrá más tarde, o tal vez nunca, y no pasa nada por abandonar las cosa que ya no te llenan, o transformarlas en otra cosa. Y no, el pozo no se seca (si la vida va más o menos bien) y las ideas llegan incluso en la semana treinta y seis, cuando pienses que has escrito todo lo que podrías haber escrito.
No lo has hecho.
Sigues mirando al mundo, y el mundo te susurrará historias.

Llévatelo a tu terreno.
¿Quién es el misterioso ente que hace las propuestas de los curas de escritura? Es un misterio. Siempre que hablo con alguien sobre el tema, comentamos lo mismo: «Mira lo que me han mandado, yo no quiero escribir esto». Normal, yo tampoco.
A lo largo de los dos años de cursos de relato, me han dado propuestas sobre personas pensando en suicidarse, grupos de adolescentes asesinos que son crueles porque sí, o gente paseándose por la casa de una persona muerta.
No quería escribir sobre esas cosas, así que no lo hice. Bueno, lo hice un poco, y lo gracioso es que mis relatos favoritos salieron casi todos de las propuestas que menos me gustaban. Supongo que la gracia es esa, dig deep down, como diría Blake Snyder hasta encontrar la verdadera magia, que es descubrir tu voz. Cada historia es un disfraz de lo que de verdad quieres decir, así que una vez sabes qué es eso que quieres contar, puedes vestirlo como quieras: de princesa, de vampiro, de Pikachu, de un coche poseído por el espíritu de su antiguo dueño que convierte a tu mejor amigo en un incel… Y funcionará, aunque no te guste la propuesta, porque lo importante es que te encuentres tú.
La microestructura hace magia.
Lo que aprendí en el curso de relato, resumido, es cómo escribir un relato. Y cuando entiendes sus mecanismos y engranajes, puedes aplicarlo a cualquier cosa.
He aprendido que me encantan los relatos, y también (esto más bien después de los cursos) que se me dan mejor las novelas. Pero los relatos te enseñan a hacer en pequeñito todo lo que necesitas hacer a lo grande en una novela, de principio a fin; cómo y dónde espolvorear cada cosa, y a trabajar en el nivel más detallado: frases, párrafos, capítulos.
Empieza fuerte, termina con una descarga, no pierdas el enfoque, ni la voz; así funciona una historia corta, y así funciona un capítulo también.
Me desapunté de relato al tercer año: cambié de grupo, de dinámica, de profesora; no me encontraba, estaba un poco demasiado centrada en escribir una novela sobre resurrecciones y amores adolescentes, y al final ganó eso. A veces lo echo de menos, pero tenía razón Taylor Swift en una de las mejores canciones de evermore: you know when it’s time to go.
Y queda mucho por aprender, ¡y por escribir!
Si tú también has hecho un curso de escritura y te ha ido muy bien, o muy mal, puedes comentarlo y charlamos sobre el tema. O si te gusta digimon, siempre podemos hablar de digimon.
Si te ha parecido útil y crees que escribir relatos es súper guay y te puede ayudar a todo en la vida, comparte este post y esparce el amor por este tipo de escritura, ¡por las hormigas (relatos) oprimidas del mundo!
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¡Nos vemos la semana que viene y gracias por leer!