Cuando estaba en el instituto, en 1º y 2º de la ESO, la profesora de lengua nos puso una competición para ver quién era la persona que más libros leía del año escolar1.
La cosa iba así, nos ponía un panelcito con la lista de clase en el corcho y nosotross íbamos apuntando el título del libro que nos habíamos leído y la nota que le dábamos. Pero eso no valía, claro, porque se podían hacer trampas, así que teníamos que entregar la famosa Ficha de lectura para asegurar que de verdad verdadera nos habíamos leído los cuatro libros de Crepúsculo2. La rellenábamos con datos como: título, número de páginas, resumen, y tema.
Si tienes reciente el instituto o recuerdas esas fichas con cariño (o con aburrimiento) sabrás de que te hablo. Siempre nos hacían señalar el tema. Define el libro en una palabra: ese es el tema. ¿De qué va esto? Pues Las crónicas de Narnia va sobre la lucha del bien y el mal, Los miserables sobre (como su nombre indica) las clases oprimidas y La princesa prometida sobre deconstruir y reconstruir un cuento de príncipes y princesas.
Para la profe de lengua el tema es útil porque le servirá para saber si sus alumnos han entendido el libro; para nosotras, escritoras, el tema es útil porque es el corazón de la historia, lo que le da pulso y sirve para definir todo lo demás.
Pero vamos por partes.
La enunciación del tema, como se llama este punto, es un beat único (es decir, dura sólo un momento) que aparece bastante al principio de la novela (peli, cuento, saga de veintiocho libros, tú me entiendes) y normalmente está dentro del planteamiento (o set-up).
Por ejemplo, esta escena de la segunda mejor película del mundo (después de Scream).
En cine, como no hay otro medio, el tema lo enuncia algún personaje. O un secundario se lo dice al protagonista (y el protagonista no le hace caso porque no está preparado para asumir esa realidad todavía), o, como en este caso, lo dice un villano.
En una novela, una vez más, tenemos la libertad de esconder el tema en otros recovecos. Tienes un narrador que puede plantear la tesis, o puede ser parte del monólogo interior del protagonista, o puedes, efectivamente, ponerla en boca de algún otro personaje, supongo que una funciona mejor que otra dependiendo del estilo de la historia, de cómo quieras contarlo y, por supuesto, de cual sea el tema.
Obviamente no es recomendable ponerle fosforito a la enunciación: estamos leyendo, hemos venido aquí a que nos engañen. La historia es siempre quien debe justificar al tema, y no al revés. Para dejar el mensaje desnudo mejor ponemos un tweet. La cuestión aquí es construir alrededor de ese tema, y montarlo todo muy bien para esconder que, en el fondo, sí, estábamos hablando sobre el poder del pueblo en la lucha organizada contra una clase opresora.
Esto es así hasta tal punto que, muchas veces (muchas, muchas, muuuuuchas veces), nos ponemos a escribir sin saber el tema de la historia. Y eso está bien. No pasa absolutamente nada. De hecho, te diría que es hasta recomendable, así te libras del riesgo de poner demasiadas luces de neón alrededor del tema y dejar que se coma a la historia.
La magia aquí es que la idea que tienes para escribir, sea un personaje, un escenario, una situación, un sentimiento, un aesthetic, una vibración, un diálogo, un sueño rarísimo que has tenido después de beber mucho vino en la cena de Navidad, es un poco el tema. Aunque no lo sepas. Porque, al fin y al cabo, es el motor para escribir y saldrá de manera natural, al final, según desarrolles la historia. Aunque no sea el que querías, o pensaste, o imaginabas.
Cuando empecé en el curso de relato (como es cuento todas las semanas) yo iba con ¡Salva al gato! como mi libro de cabecera, así que naturalmente buscaba temas para cada historia que escribía: esta va de amistad, esta va de la precariedad de nuestra generación, esta va de cómo vimos Bichos con cinco años y ahora somos así, esta va del concepto del hogar, y esta va de que da miedo ser un niño.
Y luego dejé de hacerlo. Me puse a escribir, y ya.
Y con eso no quiero decir que mis relatos después fueran mejores o peores, sólo que el tema surgía igual, y la naturalidad de dejar que emergiera solito y sin ayuda hizo que me atascara mucho menos en el proceso de escritura, tal vez porque no estaba forzando a la historia a ser otra cosa, sólo dejándola surgir.
Escribí una novela sobre un chico con súperpoderes que huye de casa y de todo. Yo sabía que esta novela iba sobre varias cosas: poder, familia, monstruos, ciclos que romper. El corazón de la historia se escuchaba muy bien y quizás por eso fue un proceso sencillo y rápido y absorbente.
Después (y antes, y durante, y todo el rato) escribí una novela de zombis. Y no sabía bien de qué iba. O, más bien, yo me creía que iba de una cosa (crecer) y resulta que iba de otra (oportunidades perdidas), y de ahí también venían muchos de los problemas de la historia, porque no sabía cómo, ni por dónde permitir que creciera.
Así que, ¿cuál es el tema?
Pues el que sea.
En definitiva, escribe la historia y preocúpate por encontrarlo luego, como en el instituto, en las fichas de lectura, y, cuando lo tengas, vuelve al principio y echa un ojo para ver si lo habías enunciado o no. Seguramente sí y no te diste cuenta, la intuición, a la hora de escribir, es mucho más poderosa de lo que solemos darle crédito.
Si no, pues no pasa nada: rewriting is fun!, y ahora que has descubierto de verdad de qué va tu historia, puedes utilizar los poderes mágicos de El Tema para encontrar otra cosa mágica que darle: título.
Si te gusta la estructura y no puedes aguantarte las ganas para hablar más de ¡Salva el gato! y de otras cuestiones relacionadas, ¡apúntate a nuestro mini-curso gratis de Summer Tea!
Vamos a dedicar una hora entera a hablar de estructura: sus utilidades, restricciones, pros, contras, usos, abusos, beneficios y desventajas… ¡pero también hablaremos de muchas cosas más!
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Si estás decepcionada/e/o porque esta semana no he puesto a Taylor Swift en ninguna parte, yo también.
Así que aquí está.
Si os lo preguntáis, los dos años ganó mi bestie, Yu.
Yo, como era una adolescente edgy, no me leí Crepúsculo, pero mi bestie Yu, sí, y por eso ganó los dos años.