Qué aprendí de escribir escribiendo novelitas
Como que hay muchos senderos por los que perderse en un mismo bosque
Una vez, mi profe de relato dijo que escribir una novela es enamorarse de otra vida. Me pareció una cosa muy bonita que decir, porque andaba yo en ese momento con resaca emocional de haber terminado una y es verdad que, si no estaba enamorada, estaba, al menos, completamente poseída por otra vida.
Nos dijo eso porque estábamos ya casi casi a final de curso y nos tocaba elegir, ¿seguíamos con el itinerario de relato o nos pasábamos al curso de novela? Por mi parte, yo lo tenía claro1, no me sentía capaz de sacar adelante una novela en el formato pautado, reglado y tan bien marcadito de un curso, porque si algo sé sobre escribir es que cada historia es diferente y requiere de un proceso individual. Esto ya es cierto hablando de relatos, pero los relatos son cortos y se puede solventar de otras maneras.
¿Una novela?
Una novela es un universo.
Aunque ya había hecho pinitos antes en esto de escribir novela, cuento mi experiencia escritora sólo post-pandémicamente, por asuntos personales. En los últimos años, entonces, he escrito dos novelas y tengo en proceso otras dos, una aprendiendo andar y otra, a cuatro manos, en sus últimos coletazos. Si tuviera que comparar los procesos creativos de las cuatro, no me quedaría más remedio de decir que no se parecen ni en el blanco de los ojos, y eso que algunas guardan cierta relación temática, e incluso me gusta pensar en ellas como una especie de microcosmos (the summery horror-ish stories). Entonces, ¿qué?
¿Cómo se escribe una novela?
Pues la respuesta corta es: quién sabe, pero podemos alargarnos un poco desgranando ahora qué aprendí de escribir escribiendo todas estas novelitas.2

Todo es un experimento. Así que no pasa nada si sale mal, o sale regu, o no sale ni a la de tres; la cuestión es probar métodos diferentes hasta que la maquinaria haga click. Es natural que si un proceso nos ha funcionado volvamos a él para la siguiente historia, pero también hay que recordarse, a veces, que no se usan las mismas tijeras para podar un seto que para hacer scrapbooking. Si las cosas no encajan, no pasa nada por dar un paso atrás y deshacer las costuras para luego volver a coser. Una novela es una criatura grande y pesada, tiene sentido que cueste encarrilarla.
No vayas con la mente cerrada. Yo odio hacer escaletas. Las odio porque, según aprendí hace muchos años cuando estudiaba guion, me aburren y hacen que la historia deje de interesarme. No me sirven, o eso pensaba yo. Cuál fue mi sorpresa cuando, después de meses y meses atascada con #losprimos y pensando que, bueno, a lo mejor es que le estoy imponiendo una estructura que no tiene, a lo mejor es que tengo que dejarlo fluir, a lo mejor es que tengo que ir sin ruedines… Resultara que la respuesta era justo la contraria.
Necesitaba una escaleta en este caso (hiperdetallada, además), porque la idea llevaba demasiado tiempo rondando por mi cabeza y no había forma de organizar la información de otra manera. No me aburrí de la historia haciéndola porque obviamente ya sabía cómo acababa, desde hace mucho.
Sorpresas te da la vida dicen.
Pero no hay método malo, igual que te sirve una escaleta, también puede servirte lo contrario, o hacer un storyboard, o escribir el resumen primero y luego ir haciendo zoom, o escribirte poemitas con el corazón de cada capítulo.
¿Y qué es un capítulo para ti? Para ti, novela, que no para ti, escritore, porque también va a ser distinto cada vez, y al mismo tiempo fundamental en su ADN. Los capítulos marcan el ritmo interno de la historia, y no es lo mismo que sean kilométricos a que sean cortitos e impactantes, que tengan el efecto de un relato o que se extiendan en una secuencia, pueden hacer muchas cosas. Hay veces que los astros se alinean y la forma aparece al mismo tiempo que la idea. A mí me pasó escribiendo Quebrantahuesos. Hay veces que te toca un mercurio retrógrado de años y la forma aparece cuando has terminado la historia y la lees y no encaja. A mí me pasó con los zombis. Hay veces que no pasa ninguna de las dos cosas, y la forma se va bosquejando al mismo tiempo que el manuscrito avanza, y eso está bien, porque para algo el manuscrito es un borrador.
Para poderlo borrar.
No pasa nada por deshacer, porque escribir es reescribir, que es nuestro lema número uno en este substack. Decía Stephen King que es en el segundo borrador, ese que todavía escribe con la puerta cerrada y para los ojos de nadie más que él mismo, es donde de verdad emerge la novela, porque muchas veces sólo podéis entenderos, ella y tú, una vez está fuera de ti del todo y puedes mirarla entera. Es en esta fase donde el amigo King se encarga de cosas tan (para mí) importantes como pulir bien el tema, sacar los ecos y los paralelismos y darle brillo a los símbolos.
Sabemos que el ritmo de mercado es arrollador y muchas veces da miedo tomarse el tiempo que haga falta para retocar las puntadas o colorear sin salirte, pero si una novela es un universo, es lógico que tarde y que lleve su tiempo y está bien poder cocerlas a fuego lento, si queremos. Poner y quitar y dar forma y cortar y unir. Como si jugáramos con plastilina.
Comparar los procesos mientras estás en ello sólo hará que te enfurruñes. Compáralos después, claro, para aprender sobre cómo ha sido la aventura, aprender quién es esa novela que has echado al mundo, aprender en qué es diferente de las demás que has escrito… Pero lo que no sirve para nada es fustigarse porque x fue fácil de escribir y esto no, o porque cuando llegaste a cierto punto en y todo salió solo y esto sigue costando. Las dificultades de cada historia son propias y son únicas, y lo que hace al escritor un buen escritor es saber adaptarse como un Ditto. Que el proceso sea diferente no quiere decir que las herramientas que conseguiste dominar la última vez ahora ya no te sirvan, sólo que, tal vez, las tienes que usar en un rinconcito distinto y con otra fuerza o precisión.
Ya sabes, todo es probar.
Y, si sale mal, lo único que hay que hacer es descoser y volver a intentarlo, sin perder de vista eso que decíamos al principio. Escribir una novela es enamorarse de otra vida, y nadie dice que eso (enamorarse) sea sencillo, ni que lo demás (otra vida) lo sea tampoco. Así que, para empezar, si estás escribiendo una novela, date una palmadita en la espalda, porque estás jugando a un juego con dificultad experta, y ya sabes lo que dicen: divertirse es lo importante.
Si te ha gustado este post, o Ditto, o estás escribiendo una novela y te estás tirando de los pelos, o dices que la estás escribiendo pero en realidad sólo estás haciendo tableros en Pinterest (todos hemos pasado por ahí), puedes comentar este post con tus experiencias.
También puedes compartirlo por ahí y gritar a lo cuatro vientos lo difícil que es escribir una novela, ¿pero, y lo bien que te lo pasas cuando la escena que tanto querías por fin sale?
Además, también te puedes suscribir y yo te seguiré contando qué cosas aprendo sobre escribir, por ejemplo: ¿sabías que para aumentar la tensión y la intriga lo mejor es no contar nunca un plan de un personaje si va a salirle bien, pero contarlo si va a salirle mal? Una vez sabes esto, no hay vuelta atrás, se estropearon todas las películas. Perdón.
Por último (y no menos importante), la semana pasada salió a la luz el número tres de Calíope Fanzine, que podéis descargar (¡gratis!) aquí. Y en el que está mi relato “Malasaña; Unsolved”, que también anda en alguna parta de este substack, pero el de Calíope está un pelín diferente y en compañía de otros muchos spooky relatos, ¡y con esta preciosidad de portada!
¡Nos vemos la semana que viene, no soñéis con Freddy Krueger!
No tan claro, porque luego me desapunté.
Llamamos novelitas a mastodontes de casi 500 páginas porque suena más lindo.