Principios y finales y muchos cursos
Si te preguntas si he respirado este mes, la respuesta es: no
Enero siempre es un poco raro.
Los tres primeros días parecen uno, la primera semana parecen tres, luego pasas el último día antes de clase suplicando porque caiga otra Filomena y, al día siguiente, te han ingresado la nómina y el Tiger está lleno de cosas de San Valentín.
Este enero ha sido más raro que el enero común. Se supone que es un mes de principios y, sí, pero para mía sido un mes de Antes y Después. Antes de terminar los zombis y Después. Antes del mini-curso Summer Tea y Después. Antes de lo de Desperate Literature y Después. Antes de volver a leer y Después.
Terminé de escribir (de corregir) mi novela esa de zombis el día 6 de enero. Quería enviársela a mis lectoras beta para Reyes. Y terminarla antes del mini-curso, porque sabía que no tendría tiempo durante esa semana. Llegué al final y terminé de titular un par de capítulos y luego puse el archivo bonito, e intenté escribir una nota para las chicas que iban a leerlo en plan: ha pasado!!!, y no fui capaz.
Estaba en shock.
Ya hablé de que el proceso de esta novela ha sido una montaña rusa emocional absoluta, pero me ha enseñado muchísimo sobre escritura y la he disfrutado tanto que, no hay duda, compensa toda la angustia pandémica de la primavera y el verano de 2020. Cuando les mandé el manuscrito a las chicas, me senté en el sofá y me quedé mirando el techo toda la tarde con la sensación más rara del universo y una extraña seguridad de que volvería a estos personajes, quién sabe cuándo o por qué.
Misticismos aparte, estoy muy satisfecha con la historia. Y contenta de que la estén leyendo. También frustrada, porque tengo que hacer una propuesta editorial y los resúmenes narrativos son un engendro del infierno. Pero todo bien.
Esta historia y yo nos hemos dicho adiós con cariño, agradecidas por el turbulento viaje.

¿Y luego?
Pues luego vino el mini-curso. Vino rápido y arrollador, para no dejarme pensar si la novela necesitaba un par de retoques extra, si elegía escribir esto o lo siguiente después, ni nada de nada. Pasamos cinco días de horas y horas conversando sobre literatura y sobre escritura: qué es y por qué lo hacemos y por qué así, y no de otra manera, por qué ahora, qué buscamos, qué encontramos.
Es decir: horas y horas hablando sobre las cosas de las que más nos gusta hablar.
Las participantes comentaron que la experiencia fue muy buena para ellas, para nosotras lo fue más todavía. Y eso es un poco mágico.
A pesar del cansancio mental con el que llegamos al viernes por la tarde, estábamos llenas de ideas y llenas de opciones y de mil posibilidades de cosas que hacer y que inventar y que preparar. Nos surgieron unos siete cursos más. Se nos ocurrieron ochocientas preguntas. Yo llené mi calendario para este substack hasta agosto. Y nos nació la idea loca de hacer otro substack para Summer Tea, ¡porque tenemos que compartir estas ideas!
Hablar sobre escribir siempre da ganas de escribir, pero más si lo haces en un entorno en el que todo el mundo tiene interés en ello, y en aprender, y en compartir unas con otras.

El mini-curso tomó por mí la temida decisión del: ¿y luego? Porque, ¿cuánto tiempo se deja pasar entre proyectos? ¿Cómo sabes cuál hacer después? ¿Quién rellena el vacío existencial que ha dejado tu novela de casi 500 páginas en la que has trabajado durante casi cuatro años?
La respuesta fue fácil porque el mismo martes de aquella semana supe 1) que tenía ganas de escribir más y 2) que no tenía tiempo para ponerme a pensar o preparar algo largo.
Así que me empecé a leer todos esos relatos de soft sci-fi que escribí durante mi primer curso de relato en la Escuela de Escritores. Un par de ellos los había toqueteado ya la primavera pasada, después de terminar la otra novela y antes de empezar a corregirla, pero me perdí un poco por el camino y los dejé a medias.
En la hora que teníamos entre sesión y sesión del mini-curso les eché un ojo rápido a todos (¡me encantaron!) y me anoté las correcciones que había que hacer (unas cuantas) y me dieron un montón de ganas de ponerme a ello corriendo. Así que empecé a la semana siguiente y, de momento, llevo tres de trece en revisión.
El jueves acabé el tercero (que es, en realidad, el cuarto de la colección) infinitamente triste, y eso está bien, porque cuando escribí la versión original (en noviembre de 2020) estuve también infinitamente triste una semana entera.
El relato es una forma que me encanta (cosa que no descubrí hasta, fíjate, noviembre de 2020, durante el curso de relato, (no fue casualidad)) y centrarme en cosas cortas me viene bien después de descomprimir tanto en dos novelas. Además, me viene genial poder tener los cuentitos acabados en el día o en un par de días, porque estamos a tope con la promo de Wildest Winters y es difícil sacar tiempo para todo.
A principios de este mes cerramos el acuerdo con Desperate Literature para tener las sesiones presenciales de nuestro curso de poesía slam en su espacio. Si nunca habéis ido a Desperate y sois de Madrid, id. Si no sois de Madrid, id cuando visitéis Madrid. Hay librería que tienen un poco de magia y esta es una de ellas. Así que es imposible que algo nos haga más ilusión que dar nuestro cursito allí.
Creo que mi ilusión por volver a leer fue, también, un poco consecuencia del mini-curso, y de toda la preparación que habíamos hecho durante las navidades. Así que este mes lo he cogido con ganas y me he leído tres libros y medio. El primero, Éramos unos niños de Patti Smith me lo dejó Irene este verano y me he puesto con él ahora, he acabado triste, pero me ha gustado mucho, sobre todo el estilo (¡a copiar!) que tiene para describir a la gente y a los sitios.
El segundo fue Zen en el arte de escribir de Ray Bradbury, autor del que me enamoré profundamente leyendo Crónicas marcianas en mi curso de relato y que para nada y en absoluto influyó en esos trece cuentos sobre alienígenas, robots y naves espaciales en los que estoy trabajando ahora. Este otro libro me ha gustado tanto que dejé de subrayarlo porque tenía que marcarme absolutamente todo. Me quedo con cómo resalta el poder de la intuición en la escritura y esa magia de dejar que las historias hablen.
El último libro que he leído ha sido (¡como prometí!) Siempre hemos vivido en el castillo de Shirley Jackson, que es una delicia y una maravilla y una obra maestra de ambientación, descripción, vibes, aesthetic y personajes. Esta mañana me han pasado un tweet que preguntaba a los escritores qué libro que han leído les hubiera encantado escribir. Bueno, pues este. Y Crónicas marcianas. Y otros mil mas, posiblemente. Por algo en mi Reading journal no paro de copiar fragmentos y fragmentos de todas mis lecturas.
Tengo empezado The golden enclaves de Naomi Novik que me lo regaló mi amiga Yu (sí, la que ganaba los retos de lectura del instituto) este mes porque hemos acordado regalarnos mensualmente un libro sorpresa. Este ha sido el primero. Yo a ella le regalé Babel.
Y tomamos un brunch súper rico.


Enero siempre es raro, pero también suele ser bonito.
Si te ha gustado este post y quieres hacer lo del libro sorpresa al mes, puedes compartirlo con tus amigas para darles ideas de cómo gastaros el dinero.
Si quieres leer mi novela esa de los zombis o mis relatos de robots, alienígenas y naves espaciales, déjame un comentario para meterme prisa con lo de la propuesta editorial o escribiendo.
Y si quieres adelantarme el regalo de cumpleaños, te puedes suscribir y hacerme feliz con tu presencia, me caes bien.
Si lo que quieres es saber qué es la poesía slam, suscríbete al Substack de Summer Tea, porque vamos a dar todos los detalles muy pronto y te resultará irresistible.
Pero si lo que de verdad, de verdad, de verdad desea tu corazón es pasar una tarde de invierno estupenda hablando de literatura en un sitio tan estupendísimo como Desperate Literature, lo que tienes que hacer es apuntarte a Wildest Winters.
Además, mira que bonito:
Y con esto y una canción de Taylor Swift, ¡me voy!